Última actualización: 20000529.

Diseño: Rodrigo "Alley'Gator" Hunrichse

Artículo de Diario EL MERCURIO (digital) del 20000526

Sección Deportes

Historias de luces y sombras

Los jugadores extranjeros que han pasado por la Dimayor protagonizaron episodios felices y otros muy lamentables, tanto dentro como fuera de la cancha. Disciplinados unos, revoltosos otros, aventureros todos, fueron y serán el ingrediente más llamativo bajo los cestos criollos.

Buenos, malos, responsables, conflictivos. Unos que estuvieron pocos días y otros que se han quedado para siempre en Chile.

Como dice Manuel Herrera, ya no sólo apuntando al aspecto deportivo, todo tipo de extranjeros ha habido en la Dimayor. Desde aquel como un tal Pippen que asustaba por el apellido y duró apenas dos partidos en Español porque, simplemente, no sabía jugar baloncesto; hasta aquel cumplidor como Quincy Gause, que en 1999 debió viajar a casarse en Estados Unidos y volvió a tiempo para representar al equipo talquino.

Los dos episodios recordados por el mejor basquetbolista chileno de los últimos 25 años son apenas una gota en la fuente de historias felices y amargas vividas por aquellos hombres que vinieron a probar suerte en los gimnasios del país.

Para ir deshilvanando la madeja, es preciso remontarse a principios de la década de los '80. Sólo así puede comprenderse el contexto en que los foráneos iniciaron su paso por la liga cestera.

Sin la NBA como referencia, la afición nacional solía encandilarse con los malabares y saltos efectuados por sujetos prácticamente desconocidos en sus tierras de origen.

Por aquel tiempo, ver clavar un balón era un lujo que nadie quería perderse, fuese en Valparaíso, Santiago, Concepción, Talca, Osorno u otra de las plazas fuertes de la actividad. Para qué hablar de una penetración llena de ritmo hacia la zona pintada o un dribbling endemoniado en el uno contra uno.

Dichos movimientos eran casi tan imperdibles como ver Sábados Gigantes, las peleas de Martín Vargas o los Titanes del ring. Otro Chile.

Si hasta la circunspecta televisión de entonces se entusiasmaba con estos gigantes (de preferencia afroamericanos), cuyo arrastre también abarcaba a muchas damas, jovencitas y no tanto.

Se erigían, en consecuencia, como los reyes del lugar, los tipos que salían a caminar por el centro de la ciudad de turno y todos se daban vuelta para mirarlos. Aunque muchos de ellos no siempre recibieran grandes cantidades de dinero por su desempeño o tampoco lo merecieran, a decir verdad...

Con todo, los extranjeros han cumplido un papel fundamental en el básquetbol nacional: le dieron (y le seguirán dando) al jugador local la posibilidad de observar un modelo, un rival que lo exige al límite de sus condiciones.

Dejaron huella

Llegados a Chile por recomendación de empresarios, entrenadores o conocidos de técnicos, directivos o jugadores, los foráneos suelen proceder del barrio, la cancha de patio o alguna institución estudiantil de baja ralea, salvo excepciones como Carey Scurry o Martyn Moochie Norris, reseñadas en el reportaje que ocupó estas mismas páginas la semana pasada.

Como recuerda Juan Morales, actual entrenador de la selección nacional: Una vez fui a Las Vegas, a un campus, que le llaman. Estaba lleno de gente. Me vieron llegar junto a un empresario y un montón de jugadores empezó a rodearme. Los muchachos me pedían que los llevara, antes de siquiera saber de dónde venía... Eran de esos que después se encogen en el avión, como decimos en el básquetbol: cuando los pides desde acá te informan que miden 2,05 metros y resulta que cuando llegan son diez centímetros más bajos.

Desde un escenario similar al descrito por Morales se trasladó al sur de Chile el estadounidense Carlton Johnson, de notables campañas en Malta Morenita. Gran jugador, pero malas pulgas según muchos, protagonizó una monumental pelea en Valdivia. A punto de ser expulsado del país, se salvó por una maniobra de la que aún hoy se sonríe el presidente de la Dimayor, Luis Cerda: para evitar que el escándalo trascendiera a lo deportivo, los responsables del equipo osornino le propusieron al actual mandamás de la liga que el yankee jugara gratis en Español de Talca, el mismo club desde el que el funcionario judicial saltó a la testera de la liga.

En la actualidad y ya retirado, el popular CJ tiene una escuela de básquetbol y ejerce como comentarista radial en la Décima Región, donde echó raíces: su hijo homónimo (de madre chilena) juega en Español de Osorno, que compite en la Libsur, y en el que también milita George Holt, retoño del ex basquetbolista del mismo nombre.

El que estuvo dos años ('97 y '98), pero dejó un gran recuerdo en la citada urbe, fue Steve Phyfe, un elemento que marcó la diferencia no bien su avión arribó a la localidad lechera. Llegó en un vuelo del mediodía, se trasladó al entrenamiento que efectuaban sus nuevos compañeros y por la noche participó en un amistoso frente a Llanquihue, en el que aportó más de 50 puntos.

Y no sólo marcaba tantos, sino que también pautas de seriedad: en una práctica se enfureció con su colega chileno Robert Lagos, quien no llevó la cuenta del número de ejercicios que efectuaba el norteamericano, en circunstancias que era su partner en el trabajo físico.

Si de estadas prolongadas se trata, qué mejores ejemplos que Mack Hilton y Daniel Viafora, dos grandes profesionales. El primero, que jugó hasta la temporada 1999, posee una tienda de ropa deportiva en Providencia, mientras que el segundo es funcionario de Petrox y entrenador de los menores del club porteño.

Muchachos traviesos

Menos confortable ha sido el pasar de Terry Jones, quien llegó a Curicó en 1985 para vivir sus mejores temporadas en Liceo. En la ciudad de las bicicletas, donde fue ídolo, el profesor de inglés Leopoldo Iturra, entonces traductor del club, lo llevaba para que conversara con sus alumnos, a los que sólo pedía que no le cantaran ¿Qué será lo que quiere el negro?.

Hoy, es el propio Jones al que la vida le pone una dura prueba. De conocida adicción a la cocaína, cumple una condena por robo en la cárcel de Valparaíso. Y pensar que es el mismo que alguna vez dijo haber marcado al mismísimo Michael Jordan cuando estaba en el colegio...

La droga, justamente, es una de las tentaciones en las que muchos han caído. El mismo Morales, sin dar el apellido, jamás olvida la sorpresa con la que se encontró al entrar al departamento de un estadounidense que dirigía en la Octava Región: El living era una nube de humo de marihuana. Pero eso no era nada: fui a su pieza y estaba lleno de papeles con cocaína... En los primeros años de la Dimayor, la conducta de los extranjeros dejaba mucho que desear. Ahora la cosa ha cambiado bastante.

Reconocido amigo de los pitos era el efectivo Al Newman, así como Dan Mazulla lo era del alcohol.

No por ser un ex NBA, el citado Scurry fue un paradigma de conducta. De hecho, el alero liquidó su carrera por el apego a la bebida y a las fiestas. Como aquélla que debe haber disfrutado en 1997 con las dos damiselas que lo esperaban entusiasmadas después de un importante partido en el Nataniel, con las que marchó del brazo en medio de los parabienes de sus compañeros.

Muy explosivo también fue Ray Reed, quien vino a la Universidad de Concepción en 1993. Tan quisquilloso era que, cuando escuchaba que en la calle o los gimnasios le decían negrito, no concebía que pudiese ser por cariño. Incluso, por una situación similar se trenzó a golpes en una discoteca penquista y sufrió la fisura de una costilla.

Sobre temas de índole sexual también se han escrito algunas historias. Una que ha entrado en la categoría de leyenda involucró al afroamericano Jim Gregory, quien jugó por Salesianos y Sportiva Italiana, al que se le habría pasado la mano con el ímpetu amoroso durante una visita a Talca, lo que derivó en consecuencias hospitalarias para su ocasional compañía.

Nada de sórdida, pero sí muy graciosa, es la anécdota que relata Héctor Oreste en su libro Desde la Banca (ver Líneas Marcadas). Corría 1985 y Universidad Católica efectuaba una gira por Argentina. Después de cenar, el plantel retornaba al hotel de Neuquén en el que alojaba, cuando tres perfumadas figuras aparecieron paradas en una esquina. Fuertemente atraído, el norteamericano Ken Perkins intentó acercarse a conversar. Tuvo suerte: sus compañeros le advirtieron de inmediato que se trataba de travestis. Mientras el pívot no podía convencerse del mal ojo que había tenido, los demás jugadores cruzados no paraban de reír.

Lo que se dice un bote en falso.

Por Javier Piñeiro Dávila

Aves de paso

Como es lógico, no todos han logrado hacer huesos viejos en Chile. Así aconteció con Ray Broxton, quien el 17 de julio de 1989 protagonizó el capítulo más dramático de todos cuantos puedan narrarse: cayó desde el undécimo piso del edificio en el que vivía en Viña del Mar.

De alabados brincos, el estadounidense (2,04 metros y 26 años) era una de las máximas figuras de Sportiva Italiana, cuadro al que había devuelto al primer plano del torneo. El fatídico lunes, eso sí, el salto no le bastó para cruzar a su hogar desde la terraza vecina, maniobra que hacía cada vez que se le quedaban las llaves adentro.

Si lo de Broxton no perduró por la desgracia o lo del extraordinario Phillip Lockett porque se fue a Italia - en 1985 jugó en la Liga Sur por Estudiantes de Castro, pero no alcanzó a hacerlo en Dimayor- , hubo otros que han debido marchar a los pocos días debido a sus flojos desempeños. Así como el Pippen del que hablaba Herrera, podría mencionarse a Sterling Clarke (un pívot blanco, de anteojos, que ni siquiera se atrevía a lanzar en el calentamiento para no quedar en vergüenza); a un trinitario de 2,14 metros que calzaba 51 y quebró tres tableros porque ni siquiera sabía hacer un slam dunk como la gente; a Mario Lucas, un hombre de piernas arqueadas, quien a los pocos meses de estar en Osorno se amurró y se fue; a un mastodonte de casi 150 kilos llamado Kareem Robinson y a tantos otros aventureros que llegaron a Chile soñando con ser estrellas.

La más impresentable de todas las excursiones, en todo caso, se produjo en 1985: un grupo de norteamericanos se hizo pasar por Washington Bullets, el equipo de la NBA, y efectuó una gira por el país, en la que le ganó 101-80 a la selección nacional y perdió con San José y San Javier, entre otros resultados.

Pese a que algunos medios periodísticos desenmascararon la farsa, igual el viaje rindió sus frutos: el base Jo Jo Hunter se quedó jugando unos meses en Temuco, mientras sus amigos se embolsaron unos cuantos dólares.

Entre los suplentes de dicho equipo venía Percy White, un verdadero dios para la afición de Curicó, que meses antes había lamentado hasta las lágrimas su partida de Liceo, en un hecho que dio pie a un episodio de índole cinematográfico. La historia fue así: restando cuatro fechas para el término de la Dimayor de 1984, el alero fue suspendido por cuatro partidos debido a un incidente en el que participó durante un encuentro frente a San José. Ante la imposibilidad de jugar, el estadounidense decidió retornar a su país, no sin antes dejar una sentida carta, que fue leída por el locutor del gimnasio municipal mientras hombres, mujeres y niños botaban sus lágrimas por la marcha del ídolo...

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