Última actualización: 20011124

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Artículo de Diario EL MERCURIO (digital) del 20010801

Sección Deportes

¿Por qué seguimos lejos?

Juan Aguad Kunkar

Chile estuvo entre los grandes del básquetbol sudamericano, mundial y olímpico entre los años 1936 y 1956. Desde ahí y pese a dos mundiales en casa (1959 y 1966) y dos entrenadores extranjeros (el ruso Spandarián en 1966 y el norteamericano Dan Peterson en 1972) retrocedió a los últimos lugares. En 1977, con el DT norteamericano Randy Knowles, se hizo un Sudamericano en Valdivia con la intención de volver a ubicarse entre los grandes y se fracasó.

Al año siguiente se creó una liga semi profesional (Dimayor) con la misma finalidad, pero ésta hoy mantiene con dificultades una competencia que languidece, que tiene pocos clubes y que pone, además, limitaciones a los jugadores nacionales y extranjeros. Sus campeones en los Sudamericanos de clubes llegan casi siempre en ubicaciones postreras. Las selecciones menores están en todos los torneos subcontinentales, pero ocupando las últimas posiciones. Desaparecieron los torneos escolares y los universitarios se juegan poco menos que en privado. No existe un CAR para los jóvenes con proyección. Las competencias de asociaciones, que conforman la Federación, no tienen relevancia alguna. Los partidos internacionales son escasos. No hay cesteros chilenos jugando en el extranjero ni se han consultado becas para salir al exterior. Los entrenadores nacionales no acreditan innovaciones en su trabajo ni llegan técnicos extranjeros. Increíblemente, el número de cultores y la asistencia del aficionado a este deporte no han decaído.

Con este cuadro, en vez de planificar a largo plazo corrigiendo las carencias por todos conocidas, se optó por realizar un Sudamericano en casa y nuevamente en Valdivia, con uno de los mejores gimnasios de Latinoamérica, con público desbordante y cariñoso y excelente organización. Pero el resultado deportivo no podía ser otro. Desde hace mas de 15 años, Argentina, Brasil, Venezuela y Uruguay dominan estas competencias y han puesto enormes distancias con los restantes países, quienes mantienen sus deficiencias. Dijimos en la víspera del torneo que un triunfo sobre cualquiera de los grandes sería un milagro, una proeza.

El resultado final (sextos) dejó en claro que se necesitan muchos años de trabajo en todos los ámbitos de este deporte sólo para acercarnos a los grandes. Ganarles seguirá siendo una quimera mientras persistan las fallas señaladas y las notorias diferencias físicas (Chile tenía dos jugadores de 2 metros y los otros países no menos de cinco o seis).

Acercarse será posible si se producen avances en la condición atlética, si a los pocos jugadores de 2 metros se les enseña y prepara adecuadamente (Prutzmann y varios más) si se mejora en defensa individual, en los pases, en el trabajo bajo los cestos, tanto ofensivo como defensivo, cuando haya progresos en el apoyo en lanzamientos, cuando en los minutos todos los jugadores escuchen al técnico, cuando agradezcan al público su apoyo, cuando asistan a ver los partidos de sus rivales, cuando al perder también concurran a las conferencias de prensa, cuando dejen de pelear con los periodistas, cuando vibren mientras juega el equipo y no miren como espectadores, cuando sientan orgullo de vestir la camiseta nacional y cuando privilegien el sentido colectivo de juego.

En la selección de Chile en Valdivia primó lo individual por sobre lo asociado. La regla de los 24 segundos para lanzar no fue un problema para los chilenos. Les bastaban 10 a 15 segundos para intentarlo. El deseo de ser goleador del equipo fue más importante. Y el DT Juan Morales y sus ayudantes nada corrigieron, ni exhibieron tampoco esquemas claros y novedosos como los intentó hasta el colista Bolivia, para jugar sin apocamiento ante los grandes. Así, seguiremos cada vez más lejos.

Por Juan Aguad Kunkar

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